miércoles, 4 de noviembre de 2009

Wiseman, Depardon y la locura



Titicut Follies
Frederick Wiseman

Por una parte tenemos la película de Wiseman. Creo que por varios aspectos se entiende más que una exploración de la locura, como una denuncia de la institución, también como generador o activador de esta locura. (“I have a perfect right to be excited! I’ve been here for a year and a half, and this place is doing me harm!”)
Esto lo hace por medio de varios personajes que se repiten a lo largo del documental, mientras no vemos ningún avance sino lo contrario, hasta un funeral.



La película fue hecha en 1967 y estuvo prohibida hasta 1992, bajo el cargo de que violaba la privacidad de los pacientes. Sin embargo, nos damos cuenta de que no tenían realmente muchos derechos dentro del psiquiátrico. Se les trata como animales, los médicos preguntan pero no dejan responder, y no hay ninguna señal de el más mínimo gesto cálido por parte de éstos o los guardias.






Wiseman muestra a los personajes, en sus momentos más deplorables. En varios se nos ha quedado la imagen de este hombre desnudo, y no sé si peor aún, pero también la de un hombre mientras le alimentan por medio de un tubo. La gran diferencia de Depardón. Sin adentrarse en el problema de la institución, mantiene una distancia que le aporta más humanidad a sus dos películas, San Clemente y Urgences.

Los personajes son efímeros en Urgences. Llegan, y la gran mayoría, se van. Pero ¿cómo es que Depardon mantiene nuestra atención? y de alguna forma parece haber una historia que liga todo. No lo puedo responder. Talvez porque cada caso tiene un pequeño climax y un desenlace, aunque sí hay personajes que se repiten un par de veces, talvez sea por medio de éstos.

En San Clemente, el punto parece ser otro. Los pacientes interactúan con la cámara (por alguna extraña razón, les encanta el micrófono), e incluso la sonidista se vuelve un personaje más, mientras varias veces se dirigen a ella, o les saludan (también a la cámara). Y eso desde mi punto de vista es lo más "verité" que puede haber. Evidentemente hay interacción entre el crew y los filmados, y no esconderlo me recuerda a Rouch y la cámara que obtiene verdades o hace entrar en trance. No se pierde objetividad, sino que al contrario. Se gana la confianza del espectador también.

Los médicos tienen otro trato, en ambas películas (Urgences y San Clemente), que sin ser la personificación de lo que llamaríamos calidez, dan otro trato y atención a los enfermos, para empezar, se les toca (pequeños gestos de un brazo en la espalda por ejemplo).







Depardon trabajó en Magnum y como reconocido fotógrafo, no tiene problema alguno con la cámara.

"A nivel formal sobresale su excepcional talento para llevar la cámara. Encuadra, reencuadra, realiza movimientos perfectos, se situa en el punto más útil de la acción donde cazar todo lo que sucede… Un ejemplo: la larga charla de uno de los pacientes, Darío, que trata de convencer al doctor para cambiar de centro. Detrás entran unos médicos (dos veces) que atienden a otros pacientes, y después un tercer paciente entra en la sala interrumpiendo poco a poco la conversación y quejándose al doctor, tiene sueño y quiere vino. Una situación bastante caótica. La secuencia dura 11 minutos y medio, con sólo 5 tomas, donde hay planos generales, medios, primeros planos, barridos, precisos cambios de encuadre, de posición… Una gran capacidad de ver - y a la vez grabar - lo más importante y hacerlo comprensible para el espectador. Cuando el material llega a la sala de montaje más de la mitad del trabajo está hecho."







Depardon estuvo 15 días rodando. Wiseman 29.

INSTITUCIONES TOTALES

Concepto ideado por el sociólogo Erving Goffman para designar un “lugar de residencia o trabajo, donde un gran número de individuos en igual situación, aislados de la sociedad por un periodo apreciable de tiempo, comparten en su encierro una rutina diaria, administrada formalmente.” Ejemplos típicos de instituciones totales son las cárceles o los hospitales psiquiátricos.

La característica central de las instituciones totales, según Goffman, es la ruptura de un ordenamiento social básico en la sociedad moderna: la distinción entre los espacios de juego, descanso y trabajo, en los que por lo general se interactúa con distintos coparticipantes, bajo autoridades diversas y sin respetar un plan administrativo muy estricto. Las instituciones totales se caracterizan por:

Todas las dimensiones de la vida se desarrollan en el mismo lugar y bajo una única autoridad.

Todas las etapas de la actividad cotidiana de cada miembro de la institución total se llevan a cabo en la compañía inmediata de un gran número de otros miembros, a los que se da el mismo trato y de los que se requiere que hagan juntos las mismas cosas.

Todas las actividades cotidianas están estrictamente programadas, de modo que la actividad que se realiza en un momento determinado conduce a la siguiente, y toda la secuencia de actividades se impone jerárquicamente, mediante un sistema de normas formales explícitas y un cuerpo administrativo.

Las diversas actividades obligatorias se integran en un único plan racional, deliberadamente creado para lograr de objetivos propios de la institución.

Gofman clasifica las instituciones totales de nuestra sociedad en cinco grupos:

1. Las de cuidado de las personas incapacitadas e inofensivas: hogares de ancianos, ciegos, huérfanos, etc.

2. Las de cuidado de personas que no pueden cuidarse a sí mismas y además son una amenaza para la comunidad: hospitales de enfermos infecciosos, los manicomios y los leprosarios.

3. Las que protegen a la comunidad de personas que atentan deliberadamente contra ella: cárceles, presidios, campos de trabajo, etc.

4. Las de carácter laboral: cuarteles, barcos, campos de trabajo, colonias, servicio en mansiones señoriales.

5. Los refugios del mundo, para formación de religiosos: abadías, monasterios, conventos, etc.

Es decir, en estas instituciones se manejan las necesidades humanas mediante la organización burocrática de conglomerados humanos. Se da una escisión básica entre internados (la gran mayoría) y supervisores. Los primeros tienen limitado el contacto con el exterior, y se sienten inferiores, débiles, culpables, etc, mientras que los superiores, como su nombre indica, se sienten por encima, dominando a los reclusos. La información sobre éstos está también restringida y controlada por una minoría.

Un aspecto que señala Goffman con mucho detalle es el de las agresiones al yo, cómo se mortifica habitualmente y por distintos procedimientos la identidad subjetiva del interno: anulación del rol social, obediencia ciega, humillaciones en el trato con los superiores, desposeimiento de posesiones u objetos personales, uniformización, alimentación reglada, imperativos de confesar la vida privada en público, contaminaciones, control de movimientos (inmovilización, celdas especiales), violaciones de la intimidad, castigos y amenazas, malos tratos, etc. Goffman analiza los efectos devastadores que todos estos rituales de agresión tienen sobre el yo. En el caso de los enfermos mentales, se comprende rápidamente que estas estrategias no pueden ser beneficiosas para la salud mental, sino todo lo contrario.

El autor expone las diferentes tácticas que adoptan los internos para adaptarse a esa nueva situación de control: regresión, intransigencia, colonización, conversión, etc. También describe la situación del personal laboral, y el desfase continuo entre ambos mundos, y las ceremonias institucionales, una serie de rituales de apariencia cara al exterior, o entre reclusos y vigilantes.

Otro aspecto interesante es el del desfase entre los presuntos fines de las instituciones totales y la realidad. Entre los fines se puede señalar el logro de algún objetivo económico, el tratamiento médico o psiquiátrico, la purificación religiosa, la protección de la comunidad contra la contaminación (moral y física), inhabilitación, retribución, intimidación y reforma, etc. Como se puede ver, la presunta "curación" del loco y la "rehabilitación social" del preso, no se producen en estas instituciones.

En 1961 aparecen dos libros sobre el internamiento psiquiátrico, Historia de la locura en la época clásica de Michel Foucault, e Internados: ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales, de Erving Goffman.

Las dos obras tienen planteamientos teóricos diferentes. Foucault parte de la articulación de prácticas del decir (discursos sobre la locura a través de la historia) y del hacer (formas de internamiento) para conocer con qué criterios (de castigo, de moral, de pecado, de falta, de error, de animalidad, de "liberación", etc) se ha ido delimitando la locura a lo largo de la historia. También muestra la arqueología de la psiquiatría, en qué condiciones y con qué intereses ocultos nace esta ciencia en el siglo XIX. Es una historia de los límites, de cómo una cultura rechaza algo convirtiéndolo en lo Exterior y encerrándolo. Es una historia de la producción de lo marginal, de la individualización progresiva de la locura como algo específico y apartado de la razón.

La obra de Foucault y la de Goffman suponen una sociología de y desde los márgenes, sobre esos lugares aislados de la sociedad donde sobreviven el despotismo, la agresión, la pérdida de los derechos civiles, donde se produce la anormalidad y se justifica el encierro. Esta sociología crítica se preocupa por lo local (no por lo global), y sus consecuencias son importantes. Muestran cómo las modernas, progresistas y democráticas sociedades occidentales son capaces de mantener muchas instituciones de carácter represivo, cuya finalidad no es fácil de justificar. En el caso de Foucault, inscribe la psiquiatría dentro de una estrategia más general de saber-poder, cuyos valores morales sobreviven camuflados tras el discurso de un saber científico. Goffman crea el concepto de "institución total", y describe lúcidamente la violencia que hay implícita en este tipo de espacio.


HISTORIA DE LA LOCURA EN LA EPOCA CLASICA

CAPITULO I: "STULTIFERA NAVIS"

Foucault concede una gran importancia a los lugares. En este capítulo comienza precisamente hablando de los leprosarios y de su desaparición al final de la Edad Media en occidente. Como veremos, que la lepra y la figura del leproso desparezcan no implica que ocurra lo mismo con la estructura de la exclusión que residía detrás. De hecho reaparecerá tres siglos más tarde. Lo que Foucault va a hacer es mostrar cómo se articulan a lo largo de la historia discursos diferentes sobre la locura con prácticas de encierro, de exclusión, mostrando que las concepciones de la locura cambian, y lo que hay detrás de cada una de ellas.

La "Stultífera Navis", la Nave de los Locos, es un objeto nuevo que aparece en el mundo del Renacimiento: un barco que navega por los ríos de Renania y los canales flamencos. Los locos vagan en él a la deriva, expulsados de las ciudades. Son distribuidos en el espacio azaroso del agua (símbolo de purificación). La figura del loco es importante en el siglo XV: es amenazador y ridículo, muestra la sinrazón del mundo y la pequeñez humana, recuerda el tema de la muerte, muestra a los humanos una alegoría de su final seguro. La demencia es una señal de que el final del mundo está cerca. El loco, en esta época, está vinculado a un saber oscuro.

Esta concepción va cambiando con el tiempo. En el mundo literario, la locura sirve de sátira moral: la presunción (el loco se da atributos que no posee), el castigo (la sinrazón le sobreviene por los excesos de la pasión), la verdad por la doble mentira... Se la empieza a considerar irónicamente, como un mundo de ilusiones, como una figura conocida y menos temible.

Poco a poco cambia el antiguo panorama amenazador del loco, su fluir un la barca incontrolada. El espacio del Hospital es crucial en este cambio; el loco es ya retenido entre las cosas y el mundo, y encerrado, a comienzos del siglo XVII. La experiencia clásica de la locura se está forjando. La locura está entre nosotros, dócil y visible.

CAPITULO II. EL GRAN ENCIERRO

La locura va a ser silenciada en la época clásica. En el siglo XVII se crean grandes internados. En ellos se mezclan locos, pobres, desocupados, mozos de correccional... En contra de lo que podemos pensar, el Hospital General (París) no tiene ninguna relación con lo médico; es una instancia de orden, de orden burgués y monárquico, vinculada a la justicia. Instituciones de encierro proliferan por toda Europa en esta época, la práctica del encierro se generaliza, animada por la condenación de la ociosidad (no por criterios de curación), por imperativos de trabajo. La patria de la locura será el confinamiento, a partir de estas prácticas de encierro.

Los desocupados y mendigos son también recluidos, con la novedad de que se extraerá de ellos trabajo productivo. Además de disimular la miseria social, se aprovechaba como mano de obra. El criterio de trabajo y de ociosidad justifica inicialmente el espacio de la reclusión. En la ley del trabajo hay una trascendencia ética; los locos son identificados con la ociosidad, con la inutilidad social. Pero sobre todo es el criterio moral el que anima esta condena: el taller de trabajo forzado es una institución moral, encargada de castigar una ausencia ética. El criterio de productividad desaparece a lo largo del siglo XVII para dejar al descubierto el carácter represivo de estas instituciones de encierro: la moral es aquí administrada, como en otros sitios el comercio o la economía.

La locura es percibida en relación a la pobreza, a la incapacidad para trabajar, a la falta de valores éticos. La Razón y la moral funcionan como criterio de exclusión, y van a fundamentar la práctica del confinamiento. La antigua libertad de la locura acaba en la edad clásica entre cuatro paredes.

CAPITULO V. MEDICOS Y ENFERMOS

La terapéutica de la locura no se aplicaba en los hospitales, pues su función era aislar, no corregir. Sin embargo, sí se da en la época clásica un tratamiento para sanar las fibras nerviosas del loco, centrándose en el cuerpo.

1. La consolidación: la locura es un compuesto de debilidades. Por ello, se emplean métodos de fortalecimiento: aceite de ámbar, cueros quemados, hierro (¡comer limaduras de hierro!), etc. Los efectos de esta terapia no se verifican, es como si la fuerza se transmitiera por contacto, directamente a las fibras.

2. La purificación: la idea de purificación total lleva a proponer como terapias la transfusión de sangre, el uso de medicamentos que previenen la corrupción, producir quemaduras en la piel (por donde saldrán los vapores corruptos), inocular la sarna al enfermo, el uso del jabón (incluso comérselo directamente), el vinagre, etc.

3. La inmersión: la idea de purificación por el agua unida al efecto de modificación de las cualidades corporales que proporciona, avala el uso de los baños en la curación de la locura. Con el tiempo, tendrá todas las cualidades y valores posibles, de forma que en el siglo XIX ya casi no se empleará.

4. La regulación del movimiento: la locura es agitación de los espíritus, movimiento de fibras. Hay que suscitar en el enfermo un movimiento regular y real. El viaje por mar, tratamientos en máquinas de centrifugado, y otras técnicas intentarán hacer volver al loco al orden natural del mundo.

El siglo XIX inventa métodos morales: miedo como castigo, alegría como recompensa, humillación: con ello se inscribe a la locura en el juego de la culpabilidad. La psicología a partir de aquí se organiza en torno al castigo. La locura se basa en la falta, en el error moral; para atacar esta sinrazón se utilizan tres formas: el despertar, la realización teatral y el retorno a lo inmediato.

Para Foucault es importante que la reducción que ha operado la época clásica en la sinrazón percibiéndola de forma estrictamente moral será el núcleo de todas las concepciones que el siglo XIX hará valer como científicas, positivas y experimentales. La psicología nace separando a la locura de la sinrazón, marginándola como algo insignificante.

CAPITULO VII. LA NUEVA SEPARACION

A comienzos del siglo XIX una queja se generaliza entre los psiquiatras: se mezcla en el mismo sitio a los locos y a los criminales. Una nueva conciencia de la locura surge de la experiencia del confinamiento. En él se dan motines, quejas, luchas que trascienden políticamente.

No es una actitud humanitaria hacia los locos lo que hace que se les diferencie dentro de los internados: la mezcla es una injusticia para los otros internos. La locura se individualiza cada vez más. Como hemos visto, desde el espacio inicial del medioevo, caótico, donde se mezclaban locos y cuerdos, o donde navegaba la nave de los locos, se han ido produciendo prácticas de separación cada vez más refinadas hacia la locura.

Se establecen medidas para evitar un confinamiento prolongado de mendigos y ladrones, pero se insiste en la necesidad de encerrar a los locos, que además envilecen a los que les acompañan.

CAPITULO VIII. NACIMIENTO DEL ASILO

La leyenda de que Pinel y Tuke introdicen la filantropía en la psiquiatría merece una revisión. La presunta "liberación" de los alienados esconde otro significado: la religiosidad de Tuke hace que separe a los locos porque son un mal ejemplo para otros espíritus; a su vez, una vida religiosa para los locos les devolverá al orden, la religión vigila desde la razón para refrenar a la locura (no para curarla). Se coloca al loco en un ámbito moral, para que se vigile a sí mismo en la amenaza de la ley y de la falta. El miedo es fundamental en el tratamiento de los locos. Se organiza al loco en una conciencia de sí mismo; nueva vuelta de tuerca del encierro: reclusión dentro de la propia conciencia, del propio sentimiento de culpa. La libertad física de "El Retiro" de Tuke es paralela a un constreñimiento moral mayor y más eficaz. Es decir, la locura es dominada (no liberada).

En Pinel no se trata de una segregación religiosa; es más, la religión puede ser tratada como un objeto de la medicina, como causa de la locura. Pinel trata de reducir las formas imaginarias, de domesticar al loco en la dócil fidelidad a la naturaleza. Se pretende una uniformidad moral, que haya una continuidad ética entre el mundo de la locura y el de la razón, por duras legislaciones en tres medios:

1. El silencio: se pide a los vigilantes y a los otros alienados que no hagan caso al que delira, para que así se enfrente con el ridículo del abandono, de la soledad.

2. El reconocimiento en el espejo: la locura debe mirarse a sí mimma, se dice a un loco que mire lo ridículo de la actitud de otro loco; el primero cae en la cuenta y lo desprecia. Se persuade al loco de que está loco para que se avergüence de ello, para que se sienta ridículo al mirarse en los otros.

3. El juicio perpetuo: un tribunal continuo juzga a los locos con aire temible; se convierte a la medicina en justicia: puede castigar y juzgar. El loco se sabe vigilado, amenazado por un aparato que funciona dentro del manicomio, se busca el arrepentimiento. Estas propiedades fundan la psiquiatría moderna, y su carácter pervive en la actualidad. El médico es juez y norma moral (no conoce realmente la enfermedad, sino que la domina).


En 1975, Michel Foucault, publica Vigilar y castigar: Nacimiento de la prisión, una suerte de genealogía de la moral moderna de la que se desprenden dos evidencias simples, pero de graves consecuencias. La primera de ellas es la constatación de una profunda complicidad entre todas las instituciones totales: no sólo aparecieron en el mismo momento histórico la fábrica y el cuartel, la escuela y el hospital, el manicomio y la cárcel, sino que además la garantía de su eficacia respectiva es la misma: la puesta en obra de una idéntica tecnología disciplinaria. Es por ello que la fábrica se parece tanto a la cárcel, que a su vez se parece al cuartel, que se parece tanto al hospital, que a su vez se parece a la escuela… La segunda evidencia sigue naturalmente de la anterior: el ejercicio de ese poder disciplinario que encontramos por igual en todas las instituciones totales nos muestra un rostro que se aviene mal con la imagen clásica del poder. Se trata deun poder antes normalizador que legislativo, microfísico, local y relativamente autónomo respecto a las instancias económicas. Un poder que encuentra su especificidad en ese gesto disciplinario mediante el cual el tiempo de vida de los hombres es convertido en un determinado empleo del tiempo (tiempo de trabajo en la fábrica, de instrucción en el cuartel, de encierro en la cárcel).

BARRIOS POBRES COMO INSTITUCIONES TOTALES (link .pdf)

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